Al fin nos hallaremos. Las
temblorosas manos apretarán, suaves, la dicha conseguida, por un
sendero solo, muy lejos de los vanos cuidados que ahora inquietan la fe
de nuestra vida. Las ramas de los sauces
mojados y amarillos nos rozarán las frentes. En la arena perlada,
verbenas llenas de agua, de cálices sencillos, ornarán la indolente paz
de nuestra pisada. Mi brazo rodeará tu mimosa
cintura, tú dejarás caer en mi hombro tu cabeza, ¡y el ideal vendrá
entre la tarde pura, a envolver nuestro amor en su eterna belleza!
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